El frío y la lluvia acariciaban las paredes de aquella casa. El viento susurraba en mi oído los antiguos pensamientos que me invadían en noches como aquella. El sol se había puesto hacía mucho, era la media noche de una noche casi eterna, sombría, larga; la más larga y oscura de todas las noches…
Mi mente y mi corazón por mucho tiempo habían estado como aquella noche: fríos, oscuros, pesadamente densos, y con una lluvia constante que corroía las pocas esperanzas que quedaban. El Sol, y todo lo que ello conlleva, terminaba de morir aquella noche, igual que yo. Sin nadie que me acompañara, estaba solo.
Como si cobraran vida, las sombras me envolvieron y las escuché susurrar, en mi oído, los recuerdos que olvidé, las risas que se fueron, los cuentos que vivía cuando niño y que ahora tan sólo eran polvo en mi memoria. Como impulsado por esos murmullos abrí libros y cajones, y saqué de ellos la amarga sal, un vaso que contenía el llanto del cielo, una vela que creí perdida, y una pluma blanca y ligera como el viento de la mañana. No tenía un Lugar Sagrado, ni altar, ni templo, mas con la pluma saqué el polvo de una vieja estufa, la iluminé con la llama de aquella vela y la consagré con agua y sal. Añadí otra llama: una vela blanca que ardería según la llama de mi propia Fe.
Como cuando niño, dirigí mis palabras a la Noche que me envolvía; y mis palabras alcanzaron no sólo a la Noche, sino también al lejano Día. Y me escuchó la Tierra, que me otorgó pies firmes; y el Aire, que me recordó como hablar; y el Fuego que no se apartó de mi lado en aquél frío, para no dejarme a oscuras; y también el Agua, quien dio el abrazo más fuerte. Y, finalmente, llegó el momento de saludar al Espíritu, y de llamar al altar a los Antiguos, a los Dioses y las Diosas que vieron al Hombre nacer, crecer y morir. En ese círculo se reunieron todos: Guerreros, Doncellas, Madres, Magos y Sabios, Ancianos y Padres, todos esperando el nacimiento del Nuevo Sol.
Mi mente y mi corazón por mucho tiempo habían estado como aquella noche: fríos, oscuros, pesadamente densos, y con una lluvia constante que corroía las pocas esperanzas que quedaban. El Sol, y todo lo que ello conlleva, terminaba de morir aquella noche, igual que yo. Sin nadie que me acompañara, estaba solo.
Como si cobraran vida, las sombras me envolvieron y las escuché susurrar, en mi oído, los recuerdos que olvidé, las risas que se fueron, los cuentos que vivía cuando niño y que ahora tan sólo eran polvo en mi memoria. Como impulsado por esos murmullos abrí libros y cajones, y saqué de ellos la amarga sal, un vaso que contenía el llanto del cielo, una vela que creí perdida, y una pluma blanca y ligera como el viento de la mañana. No tenía un Lugar Sagrado, ni altar, ni templo, mas con la pluma saqué el polvo de una vieja estufa, la iluminé con la llama de aquella vela y la consagré con agua y sal. Añadí otra llama: una vela blanca que ardería según la llama de mi propia Fe.
Como cuando niño, dirigí mis palabras a la Noche que me envolvía; y mis palabras alcanzaron no sólo a la Noche, sino también al lejano Día. Y me escuchó la Tierra, que me otorgó pies firmes; y el Aire, que me recordó como hablar; y el Fuego que no se apartó de mi lado en aquél frío, para no dejarme a oscuras; y también el Agua, quien dio el abrazo más fuerte. Y, finalmente, llegó el momento de saludar al Espíritu, y de llamar al altar a los Antiguos, a los Dioses y las Diosas que vieron al Hombre nacer, crecer y morir. En ese círculo se reunieron todos: Guerreros, Doncellas, Madres, Magos y Sabios, Ancianos y Padres, todos esperando el nacimiento del Nuevo Sol.
En el Caldero ardieron los leños en homenaje al Astado, y junto a ellos se arrojaron las penumbras de una vida que ya no tenía sentido. Ardieron juntos, y juntos se consumieron. Los suspiros que siguen a esa noche limpiarán esas oscuras cenizas.
Al amparo de la Noche, frente al Fuego de Yule, el Nuevo Sol trajo la Luz Renovada a este mundo de sombras. Los mantos oscuros de aquellos que cayeron en la Oscuridad, quizás tengan aún una posibilidad de ser limpiados. Las almas aún pueden encontrar su camino de vuelta, mas no volverán a lo mismo. En algún momento, hasta los corazones puros son corrompidos. Traiga este Sol la Luz a los Rincones en sombras, y permítase a los Hombres ver Esa Luz.
Al amparo de la Noche, frente al Fuego de Yule, el Nuevo Sol trajo la Luz Renovada a este mundo de sombras. Los mantos oscuros de aquellos que cayeron en la Oscuridad, quizás tengan aún una posibilidad de ser limpiados. Las almas aún pueden encontrar su camino de vuelta, mas no volverán a lo mismo. En algún momento, hasta los corazones puros son corrompidos. Traiga este Sol la Luz a los Rincones en sombras, y permítase a los Hombres ver Esa Luz.