–¿Qué te pasó?
–No lo sé.
–No dejaste que llegara. Algo debió, pasar.
–De verdad… no lo sé.
Una vez dicho esto, “El que Conjura” quedó un momento en silencio, mientras la aguda mirada de Aquel Anciano se fijaba en él. Un viento frío recorría el patio, atravesando, incluso, los límites de ese Círculo que brillaba en azul. La luz de aquella llama bailaba al ritmo del viento, mientras el delicado humo ascendía y se disolvía en el aire. El Único Ojo del Anciano seguía fijo en el muchacho, como si leyera algo, más allá de la esquiva mirada que éste le devolvía…
«… Días antes, en la Noche de las Almas, se buscó encender un Nuevo Fuego. Acudieron los Tres, llevándose a Sí Mismos como ofrendas a ese Fuego Inicial. “La que Habla con las Hadas” bendijo el Agua, y derritió los Hielos que se habían formado por la ausencia de Calor. “La que Acaricia el Fuego” logró prender las Llamas que darían un nuevo Calor, en las puertas de un Nuevo Día. Mas, “El que Conjura”, retrocedió. Tejieron y destejieron, mas él no se mostró. Hablaron con Antiguas Palabras, pero él no se pronunció más allá de las confirmaciones.
A pesar de espesas Columnas de Humo, el Fuego logró por fin arder, y las Diosas acudieron, salvo el Dios que también debió llegar…»
–«La Muerte es eso, sólo Muerte». Eso dijiste.
Las palabras del Anciano retumbaron en el lugar, agitando el Viento, como si su aliento diera vida al Aire todo.
–Sí, eso dije.
–¿De dónde nace eso?
–De la realidad.
–¿Realidad?
–Sí. Algo nace, se desarrolla, cumple lo que debe, y luego muere. Eso pasa con todo, incluido el hombre. El mundo es mortal, todo lo es.
–¿Y piensas que eso es todo?
–No lo sé. No sé si habrá algo después de esto. Nadie lo sabe, a ciencia cierta. Sólo tenemos creencias..
–Pero antes las creías. ¿Ahora no?
–Antes lo creía. Lo sentía así, pero… a la larga, da lo mismo creer o no creer: todo se muere igual.
–Si ya no crees ¿por qué estás aquí? ¿Por qué me llamaste? ¿Qué hago Yo aquí?.
–¿Por qué viniste entonces?
–Porque tú me llamaste. Si no me llamaras, no vendría. Si no creyeras, no estaría. ¿Por qué me llamaste a mí, y no a otro?
–No lo sé. Supongo que porque te tengo confianza. Porque me has respondido antes y no te has equivocado
–¿O sea, que confías en mí?
El muchacho dio un profundo suspiro. La noche avanzaba, pero no sabía cuánto tiempo había transcurrido desde que el Viejo se hizo presente.
–Sí, puedo decir que confío en ti.
–¿Y las Runas? ¿Confías en Ellas?
–Desde luego. Confío en Ellas y en Ti, que me las enseñaste.
–Pero incluso la forma de las Runas perece… y en los Mitos yo también.
–Sí, lo sé. Pero la Fuerza de las Runas va más allá de su forma.
–Exacto. Pero tanto la forma de las Runas, como la de las Divinidades DEBE perecer. De lo contrario, no habría como avanzar. Pensé que lo sabías.
–Se supone que lo sé. Pero…
–Hagalaz… –susurró el Viejo.
“El que Conjura” levantó la mirada para enfrentar el Único Ojo que lo miraba sagazmente. El Viejo sólo sonrió.
–Hagalaz ¿Ese nombre le pusiste, cierto?
–¿Tanto llegó a pesar?
–Fue la más cruda de tus Muertes. Te volviste muy pesimista después de eso. De alguna forma, tus ojos se apagaron. Dejaste de creer en muchas cosas, y buscaste matar las que te quedaban. Lo recuerdo muy bien. Fue cuando nos conocimos oficialmente.
–Sí, también lo recuerdo –dijo sonriendo–. Pero ya no hay vuelta atrás.
–En ese tiempo tomaste las Runas.
–Me llenaron. No creí que existiera algo que me llenara tanto. Me encantan. Y no me fue tan difícil entenderlas, a pesar de que costó encontrar información decente.
–Las entendiste porque con dolor las ganaste: «Aepandi nam».
–¿Aepandi nam?
–Tú sabes por qué usaste el Nombre Hagalaz: porque representó todo ese dolor de la muerte, pero también significó esperanzas de renacer. Las Runas te mostraron otra forma de renacer. Y, de alguna forma, volviste a creer. Creer es confiar, y confiar es creer. No son términos tan distintos, y siempre van de la mano: no puedes creer sin confiar, ni confiar sin creer. No importa cuán dura sea la realidad; eso es sólo forma. No importa si no sabes lo que hay más allá de la Muerte, porque nadie más lo sabe.
–¿Pero entonces para qué seguir pendiente de eso?
–Eres runista.
–Lo intento.
–En el Multiverso todo es evolución constante. Nada tiene un fin, y tampoco conoces lo que Hubo Antes del Principio.
–Es lo que creía antes del Granizo. De alguna forma lo creo todavía.
–Entonces no te preocupes de eso. Lo único que se puede hacer es tratar de alcanzar de cumplir el mayor potencial, para seguir adelante. Lo único que vale la pena es desarrollarse al máximo. Abrir la mayor cantidad de Puertas.
–Quiero hacerlo, pero, a veces, no sé si vale la pena.
–Si un hombre no cree en sí mismo, es difícil que pueda creer en otro. Cada cual cree lo que quiere, pero si no cree en sí mismo, entonces está perdido.
–Pero siento que puedo hacerlo. La experiencia que he tenido con las Runas ha sido… espectacular. Sé que no soy un Vitki muy avanzado, pero, el trabajo ha sido fructífero.
–Lo sé. He estado ahí. Sólo tienes que soltarte. Cuando corresponda que realmente te cuelgues de Yggdrasil, entenderás que el Salto al Vacío implica, tan sólo, Creer…
–Brindemos, entonces.
–Brindemos.
Tras el Brindis, y las respectivas despedidas, el viento agitado, aromas envolventes y dulces regalos, emprendió el Anciano su viaje de Vuelta. Envolviese en su capa azul y montó a aquél espléndido Corcel de Ocho Patas y, como el Viento, se alejó, perdiéndose en la penumbra de la Noche. Las llamas azules que formaban ese Círculo se apagaron, y el muchacho se retiró respirando profundo, mucho más liviano. El viento soplaba, y sopló toda la noche…